ORDEN EN NUESTRAS VIDAS

 

Por: Rabino Amram Anidjar Sh"lita

 

 ¿Quién dijo que Dios creó el mundo? ¿Por qué la idea de que el mundo fue creado a raíz de una explosión (Big Bang) no es correcta? ¿Tal vez el abuelo de nuestro abuelo fue un orangután?

 Una de las respuestas más sencillas a estas preguntas y que prueba el origen divino de toda la Creación, es el orden que hay en ella. De una explosión no se puede esperar más que cosas volando o cosas que se destruyen, pero jamás podemos esperar un orden tan perfecto como el que existe en todo el mundo. Tal y como un objeto atestigua que un artesano lo hizo, así el mundo atestigua que Dios lo creó. Tanta perfección en los diferentes sistemas existentes atestigua que hubo alguien que los programó y los ordenó. Así como una orquesta funciona y ninguno de sus músicos desafina, gracias a un maestro que los guía, el mundo funciona coordinadamente, sin desafinar, gracias a Dios.

 Por ejemplo, vemos que hay un orden en el mundo, al ver la distancia existente entre la Tierra y el Sol. Si estuviéramos un poco más cerca del Sol, nos hubiéramos calcinado y si estuviéramos un poco más alejados del Sol, nos hubiéramos congelado. La fuerza de la gravedad está perfectamente establecida. Si fuera menor, todos flotaríamos y si fuera mayor, no nos podríamos mover. La cantidad de oxigeno en el ambiente está perfectamente medida. Si fuera menor nos ahogaríamos y si fuera mayor no podríamos respirar bien.

 También encontramos el orden en los seres vivos. Si analizamos el grosor de la cáscara del huevo, si ésta fuera más gruesa, el polluelo no pudiese salir a la luz y si fuera más delgada, se rompería antes de su nacimiento. Otro ejemplo del orden existente lo encontramos en la relación de los animales depredadores y depredados. El puma puede correr a 80 Km. por hora, pero por un tiempo maximo de 5 minutos y después diminuye a 55 Km. por hora. Sin embargo, el venado corre a 65 Km. por hora y mantiene durante 15 minutos esa velocidad. Gracias a sus ventajas y desventajas respectivas, es que hay un equilibrio en la existencia de ambas especies. Y así, sucesivamente, ocurre con todas las demás especies que hay en nuestra naturaleza. 

 Además, lo vemos en nuestro propio cuerpo en el que, tenemos un sistema de alerta cuyo origen es el sistema nervioso. El cerebro es una carne grasosa que piensa y programa la vida. Los ojos son dos cámaras que nos permiten ver lo que ocurre externamente. Los dientes mismos están agrupados y cada uno de ellos tiene una función diferente. Y así con todos los demás miembros del cuerpo, que juntos forman esta gran máquina, llamada hombre.

 El orden atestigua que hay alguien que lo ordenó, y no que se ordenó tan perfectamente por accidente.

 Igual que encontramos un orden tan perfecto externamente, tenemos que llegar a conseguir en nuestras vidas, ese equilibrio que tanto necesitamos, pues así llegaremos a ser dueños de nuestro destino. Tal y como lo dijo el rey Salomón: -Hay tiempo para todo en la vida, lo único es saber cuando es el tiempo de cada cosa-.

 Tiempo de llorar, en Tishá Beav. Tiempo de reír, en Purim. Tiempo de consolar, a los enlutados. Tiempo de bailar, al novio y a la novia en su boda. Tiempo de callar, en la sinagoga. Tiempo de hablar, fuera de la sinagoga. Tiempo de amar, a todo Am Israel. Tiempo de odiar, a sus enemigos. Tiempo de guerra, contra el Yetzer Hará. Tiempo de paz, con el Yetzer Hatob.

 Pero cuando mezclamos los momentos, nos alegramos en Tishá Beav en vez de llorar, comemos en una boda en vez de bailar y alegrar a los novios, hablamos en los rezos en vez de rezar. Como se dice: Si a la sinagoga vienes a hablar, a dónde irás a rezar. Amar a los enemigos, en vez de odiarlos. Hablar mal de un judío en vez de quererlo. Hacerle la guerra al Yetzer Hatob, en vez de hacérsela al Yetzer Hará. Así, jamás seremos dueños de nuestras vidas, seremos como un barco a la deriva.

 En nuestra Parashá viene la orden que dio Dios a Moshé de realizar el pectoral del Cohén Gadol, que estaba compuesto de piedras preciosas, en las que venia tallado el nombre de cada tribu y de los patriarcas. Cuando Am Israel tenía una pregunta, recurría al Cohen Gadol y esté respondía a través del pectoral. Cada letra se iba alumbrando por orden de Dios, y así se iba formando la respuesta deseada. Este sistema se utilizaba en vez de la profecía.

 Por ejemplo, si preguntaban si hacer la guerra o no, entonces en el pectoral se alumbraba la letra Nun y Jaf, que ordenadas en hebreo significa Ken, o sea -Sí-. Si preguntaban: ¿por dónde atacar? Se les alumbraba en el pectoral las letras Mem, Dalet, Mem Sofit, Hei, Resh y Vav, que ordenadas en hebreo significa Mehadarom, o sea por el sur.

 Por eso se les llamo Urim Betumim, Urim viene de la palabra Or, que significa luz. Betumim viene de la palabra Tamim, que significa perfecto. Es decir, el Cohén Gadol tenía que ordenar las letras de una forma perfecta, correcta. Vemos que el Cohén tenía que rezar a Dios porque las letras se alumbraran y porque supiera arreglarlas perfectamente.

 En el Tanaj se cuenta la historia de Janá (madre del profeta Samuel), quien vivió en la época previa a la construcción del primer Templo en el año . En Shiló estaba ubicado el Templo provisional y el Cohen Gadol de esa época era Eli. Una vez vio rezar a Janá con mucha concentración para que Dios le mandara hijos. Eli Hacohen preguntó a su pectoral: ¿Qué es lo que le debo decir a esta mujer? Se le encendieron las letras Shin, Hei, Jaf y Resh. Inmediatamente pensó que estaba escrito en hebreo Shikorá, o sea borracha. Y le preguntó a Janá que por qué bebía tanto vino. Janá le respondió que no había ordenado bien las letras, porque ahí estaba escrito en hebreo Kesherá, o sea mujer buena. Entonces Eli HaCohen se concentró en su pectoral y le dijo que ese mismo año sería premiada con un hijo. Ella le preguntó, de dónde lo sabía, y le dijo que la palabra en hebreo Kesherá puede ser leída KeSará, o sea como Sará Imenu. Que no tenía hijos, y los ángeles le anunciaron un año antes que tendría un hijo. Y así fue, al año, Janá tuvo a Samuel, el profeta.

 Aprendemos de esto que lo primero que debemos hacer es conseguir la luz, lo bueno, las cualidades adecuadas. Después debemos de saber ordenarlas en el lugar correcto, en el tiempo y la forma perfecta.

 Hay personas con muy buenas cualidades, pero no saben ordenar su vida. Hay que despertarse a rezar en las mañanas, dedicar un tiempo para estudiar, después para ir a trabajar, comer, ir a rezar Minjá, de nuevo estudiar y después rezar Arvit, cenar con la familia y compartir con ella, y, por último, un tiempo para dormir. Lo que hay es que saber establecerse un horario de vida y no improvisar, ya que lo improvisado demuestra falta de control en nuestras vidas. Sin embargo, si programamos nuestra vida, veremos un gran orden en general.

 Por eso nos dice Maimónides que debemos dividir nuestro día en tres partes. Un tercio para trabajar, otro tercio para estudiar y el último tercio para dormir y comer. En los momentos de estudio hay que subdividir ese tiempo, en tres partes. Torá, Talmud y Halajá.

 ¿Por qué Maimónides no nos aconsejó, estudiar cuando queramos, comer cuando tengamos hambre y dormir cuando estemos cansados? Porque si fuera así, estaríamos desorganizados. Si comemos a deshoras nos causaría enfermedades y obesidad,

así ocurriría que desorganizaríamos nuestra vida si hiciéramos todo a deshora.

 Por eso aquel que se fija estudiar, una o dos horas al día, es mejor que aquel que se fija estudiar tres horas sin seriedad. Porque el que dice que estudiará cuando le sobre tiempo, al final no estudiará nada. Por eso es la importancia de estudiar Torá seriamente con permanencia, para así triunfar.

 Que sea la voluntad de Dios que nos ayude a organizar nuestra vida, y que sepamos cuándo y cuánto tiempo dedicarle al trabajo, y cuándo y cuánto al estudio de la Torá, para que así sepamos que somos dueños de nuestra vida, con orden, tal y como sabemos que lo hay en el mundo.